martes, 14 de enero de 2014

JUAN MANUEL AGUIRRE: CRONICA DE UN VIAJE A CUBA (II)

Capítulo 3: EL VEDADO Y HABANA VIEJA.

Hacia el oeste de Habana Centro, el barrio llamado El Vedado también es inquieto, pero más descomprimido y en el que se pueden encontrar calles más tranquilas. Tiene sus grandes avenidas, plazas, hoteles  y monumentos. El movimiento cultural e intelectual habanero parece sentirse más a gusto en los alrededores del hermoso edificio de la Universidad, en teatros y cines, en veredas y restoranes que se desparraman entre el Malecón (al norte) y la Plaza de la Revolución (al sur).
Más allá, siguiendo la línea de la costa hacia el oeste, están los barrios de Playa y Miramar, donde los sectores populares siguen a una zona residencial de embajadas y hoteles cinco estrellas, donde la 5ta. Avenida expone a veces, en alguna esquina, la mirada poderosamente insinuante y a la vez resignada de alguna mujer que sueña quizá con llegar a un mundo mejor a través de su cuerpo (hay quienes dicen que algunas “jineteras” tienen la esperanza de “enamorar” a algún extranjero para que eso se convierta en la posibilidad de salir de la isla).

Del otro lado de Habana Centro, hacia el este, entre el Capitolio y la Bahía de La Habana, se extiende la llamada Habana Vieja, un conjunto de manzanas que resumen las diferencias entre ruina y restauración. Los órganos vitales del cuerpo viejo de La Habana son cuatro plazas, interconectadas por arterias de lo más pintorescas. Escenarios que parecen de película, con un marco dibujado por la pluma europea en tiempos de colonia, como por ejemplo la impresionante fachada de la catedral de San Cristóbal.
Calles como Obispo y Mercaderes son dignas de vivencias mágicamente reales, y en cualquier rincón uno puede encontrarse con detalles sorprendentes. Vale la pena tener alerta los cincos sentidos y la emoción a flor de piel andando bajo balcones desbordados de ropas colgadas secándose al viento, esquivando escombros, degustando mohito.

En Habana Vieja recibimos el año nuevo, cenando a la luz de unas velas en la plazoleta Simón Bolívar, contigua al museo Guayasamín, al lado de una fuente rodeada de plantas, escuchando boleros. Cuando llegaron las doce se oyeron unos cañonazos de salva desde el fuerte que custodia la bahía y brindamos por los buenos deseos con todos los que andaban por ahí, entrañables desconocidos.
Después del brindis el mozo nos advirtió “si no quieren mojarse quédense un rato aquí”, y nos miramos sin entender. Enseguida se oyó el primer grito de “aaaguaaa” y un baldazo se desparramó en el empedrado. Así nos enteramos que en La Habana Vieja no se usa pirotecnia, pero caen los baldazos de agua en cualquier momento, desde cualquier balcón o ventana, empapando distraídos y abrillantando las calles por donde todos andan a las carcajadas buscando tragos bajo el aura de los faroles.

En algún momento de esas andanzas vi a alguien asomarse por una ventana y quise mirar todo lo que pasaba desde sus ojos. Más de una vez tuve la sensación de que la vida en La Habana se deja contemplar más irreverente y vanidosa, más desfachatada y gustosa, desde cualquier balcón enclenque o al asomarse uno, con curiosidad de niño, por una ventana oxidada.

Capítulo 4: CAMINO A CIENFUEGOS.

Nos levantamos muy temprano y tomamos unas guaguas para llegar a la estación de ómnibus. La idea era conseguir pasajes para viajar a la ciudad de Cienfuegos. El día a penas se anunciaba y la ciudad no mostraba intenciones de desperezarse.
Cuando por fin abrió la oficina de ómnibus para turistas, ya que (casi) no es posible que los turistas viajen en servicios de transporte para residentes, nos informaron que ya no quedaban pasajes para ese día, que estaban todos vendidos de antemano, que la única alternativa era esperar que algunos pasajeros con boleto no se presentaran a la hora de salida (cerca del mediodía) para poder ocupar sus lugares.
Nos sentamos un rato en un pasillo para definir si esperábamos esa posibilidad o cambiábamos de itinerario, librados a las circunstancias, cuando alguien se nos acercó y nos preguntó a dónde queríamos viajar. Segundos después, esa misma persona nos ofreció viajar a Cienfuegos por el mismo precio del viaje en ómnibus pero en taxi con aire acondicionado (algo absolutamente innecesario esa mañana fresca) y sin tener que esperar unas horas para la partida incierta.
Meditación de por medio, en un contrapunto entre nuestra responsabilidad desconfiada y nuestro espíritu aventurero, aceptamos la propuesta. Minutos más tarde cargamos las mochilas velozmente en el baúl de un auto bastante moderno y nos entregamos al deambular prudentemente silencioso del taxista por una zona de la ciudad ajena para nosotros, todavía a oscuras.
Más allá de algunos temores nuestros, parecía que la primera salida a la ruta rumbo al interior de la isla iba a ser tranquila, cómoda y silenciosa, adivinando el paisaje y sus detalles en pleno amanecer, como en un sueño en el que todo termina saliendo más fácil de lo esperable. Pero no. A pocos minutos de salir el taxista anuncia que va a subir más pasajeros, “para que el viaje me rinda”; estaciona un instante en una esquina suburbana y desaparece dejando un espeso silencio… y justo cuando fermentaba en nosotros la idea de una emboscada delictiva, reaparece con dos señoras y una niña cargadas de bolsas. Nos amuchamos los seis dentro del rodado reacomodando pertenencias como en un tetris y, ahí sí, salimos a la conquista del camino.
A la apretujada travesía de unas horas hay que sumar el aire acondicionado prometido, aun insistiendo que no era necesario, y la música a un volumen considerable como si fuese todo un merecido agasajo: Marco Antonio Solís, Leo Dan, Amanda Miguel, Tormenta, etc., etc., etc. La charla no llegó a ser muy profunda, pero sí muy informal y divertida (aunque mi compañera optó por dormir -o fingir que dormía- perdiéndose la fiesta).

Además de lo que pasaba dentro del auto, sólo recuerdo algunas imágenes del recorrido: campos de caña de azúcar bajo un tibio sol ascendente disolviendo la niebla.

3 comentarios:

  1. me gusta volver a Cuba de la mano de tus renglones...
    abrazo

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  2. gracias Juanma, un lugar que me debo pero con tu relato es como si hubiera estado un ratito...beso!

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  3. Gracias por los comentarios! Abrazos.

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