sábado, 20 de julio de 2013

ALEJANDRO DOLINA: Instrucciones para elegir en un picado

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos.
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternadamente a sus futuros compañeros. Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme a su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó que sus decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un dia comprendió que lo que en verdad deseaba era jugar con sus amigos mas queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazon, aunque no fueran tan capaces.
El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es tambien estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, mas vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o indeseables.

Maravilloso texto de Dolina, en la voz del gran Alejandro Apo:  http://www.youtube.com/watch?v=ppieCjunenU

lunes, 15 de julio de 2013

PABLO NERUDA: EL LIBRO DE LAS PREGUNTAS (fragmentos)


Por qué no enseñan a sacar/ miel del sol a los helicópteros?

Por qué no ataca el tiburón/ a las impávidas sirenas?

Por qué el sombrero de la noche/ vuela con tantos agujeros?

Por qué lloran tanto las nubes/ y cada vez son más alegres?

Cuántas abejas tiene el día?

Por qué Cristóbal Colón/ no pudo descubrir a España?

Por qué en las épocas oscuras/ se escribe con tinta invisible?

Cómo se reparten el sol/ en el naranjo las naranjas?

Es verdad que en el hormiguero/ los sueños son obligatorios?

Sabes qué meditaciones/rumia la tierra en el otoño?

Cómo se llama una flor/ que vuela de pájaro en pájaro?

Dónde está el centro del mar?

Ayer, ayer dije a mis ojos/ cuándo volveremos a vernos?

Se convierte en pez volador/ si transmigra la mariposa?

Por qué viven tan harapientos/todos los gusanos de seda?

Por qué es tan dura la dulzura/ del corazón de la cereza?

Dónde deja el puñal el águila/ cuando se acuesta en una nube?

Por qué los pobres no comprenden/ apenas dejan de ser pobres?

Dónde encontrar una campana/ que suene adentro de tus sueños?

Qué distancia en metros redondos/ hay entre el sol y las naranjas?

Canta la tierra como un grillo/ entre la música celeste?

A quién le puedo preguntar/ qué vine a hacer en este mundo?

Y por qué el sol es tan simpático/ en el jardín del hospital?

Son pájaros o son peces/ en estas redes de la luna?

Fue adonde a mí me perdieron/ que logré por fin encontrarme?

Con las virtudes que olvidé/ me puedo hacer un traje nuevo?

No será nuestra vida un túnel/ entre dos vagas claridades?

O no será la vida un pez/ preparado para ser pájaro?

Qué harán tus huesos disgregados,/ buscarán otra vez tu forma?

Se fundirá tu destrucción/ en otra voz y en otra luz?

Formarán parte tus gusanos/ de perros o de mariposas?

Cómo se llama la tristeza/ en una oveja solitaria?

Cuánto dura un rinoceronte/ después de ser enternecido?

Sufre más el que espera siempre/ que aquel que nunca esperó a nadie?

Quién era aquella que te amó/ en el sueño, cuando dormías?

Dónde van las cosas del sueño?/ se van al sueño de los otros?

No se ha incendiado la pradera/ con las luciérnagas salvajes?

Cuando veo de nuevo el mar/ el mar me ha visto o no me ha visto?

Es el orden o lo batalla/ este quebranto sucesivo?

Cómo se acuerda con los pájaros/ la traducción de sus idiomas?

Cuándo lee la mariposa/ lo que vuela escrito en sus alas?

Qué letras conoce la abeja/ para saber su itinerario?

Y con qué cifras va restando/ la hormiga sus soldados muertos?

Si todos los ríos son dulces/ de dónde saca sal el mar?

Entra el Otoño legalmente/ o es una estación clandestina?

Cuándo se dicta bajo tierra/ la designación de la rosa?

domingo, 7 de julio de 2013

ÁNGELES MASTRETTA: MUJERES DE OJOS GRANDES

"...porque hay menos tiempo que vida...", comopartimos el primer cuento de este fantástico libro:

 La tía Leonor tenía el ombligo más perfecto que se haya visto. Un pequeño punto hundido justo en la mitad de su vientre planísimo. Tenía una espalda pecosa y unas caderas redondas y firmes, como los jarros en que tomaba agua cuando niña. Tenía los hombros suavemente alzados, caminaba despacio, como sobre un
alambre. Quienes las vieron cuentan que sus piernas eran largas y doradas, que el vello de su pubis era un mechón rojizo y altanero, que fue imposible mirarle la cintura sin desearla entera.
A los diecisiete años se casó con la cabeza y con un hombre que era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida. Alberto Palacios, notario riguroso y rico, le llevaba quince años, treinta centímetros y una proporcional dosis de experiencia.
Había sido largamente novio de varias mujeres aburridas que terminaron por aburrirse más cuando descubrieron que el proyecto matrimonial del licenciado era a largo plazo.
El destino hizo que tía Leonor entrara una tarde la notaría, acompañando a su madre en el trámite de una herencia fácil que les resultaba complicadísima, porque el recién fallecido padre de la tía no había dejado que su mujer pensara ni media hora de vida. Todo hacía por ella menos ir al mercado y cocinar. Le contaba las noticias del periódico, le explicaba lo que debía pensar de ellas, le daba un gasto que siempre alcanzaba, no le pedía nunca cuentas y hasta cuando iban al cine le iba contando la película que ambos veían: «Te fijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya la quiere acariciar, ya la
acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a estar abandonando.»
Total que la pobre tía Luisita encontraba complícadísima y no sólo penosa la repentina pérdida del hombre ejemplar que fue siempre el papá de tía Leonor. Con esa pena y esa complicación entraron a la notaría en busca de ayuda. La encontraron tan solícita y eficaz que la tía Leonor, todavía de luto, se casó en año y
medio con el notario Palacios.
Nunca fue tan fácil la vida como entonces. En el único trance difícil ella había seguido el consejo de su madre: cerrar los ojos y decir un avermaría. En realidad, varios avemarías, porque a veces su inmoderado marido podía tardar diez misterios del rosario en llegar a la serie de quejas y soplidos con que culminaba el
circo que sin remedio iniciaba cuando por alguna razón, prevista o no, ponía la mano en la breve y suave cintura de Leonor.
Nada de todo lo que las mujeres debían desear antes de los veinticinco años le faltó a tía Leonor: sombreros, gasas, zapatos franceses, vajillas alemanas, anillo de brillantes, collar de perlas disparejas, aretes de coral, de turquesas, de filigrana.
Todo, desde los calzones que bordaban las monjas trinitarias hasta una diadema como la de la princesa Margarita. Tuvo cuanto se le ocurrió, incluso la devoción de su marido que poco a poco empezó a darse cuenta de que la vida sin esa precisa mujer sería intolerable.
Del circo cariñoso que el notario montaba por lo menos tres veces a la semana, llegaron a la panza de la tía Leonor primero una niña y luego dos niños.
De modo tan extraño como sucede sólo en las películas, el cuerpo de la tía Leonor se infló y desinfló las tres veces sin perjuicio aparente. El notario hubiera querido levantar un acta dando fe de tal maravilla, pero se limitó a disfrutarla, ayudado por la diligencia cortés y apacible que los años y la curiosidad le habían regalado a su mujer. El circo mejoró tanto que ella dejó de tolerarlo con el rosario entre las manos y hasta llegó a agradecerlo, durmiéndose después con una sonrisa que le duraba todo el día.
No podía ser mejor la vida en esa familia. La gente hablaba siempre bien de ellos, eran una pareja modelo. Las mujeres no encontraban mejor ejemplo de bondad y compañía que la ofrecida por el licenciado Palacios a la dichosa Leonor, y cuando estaban más enojados los hombres evocaban la pacífica sonrisa de la señora
Palacios mientras sus mujeres hilvanaban una letanía de lamentos.
Quizá todo hubiera seguido por el mismo camino si a la tía Leonor no se le ocurre comprar nísperos un domingo. Los domingos iba al mercado en lo que se le volvió un rito solitario y feliz. Primero lo recorría con la mirada, sin querer ver exactamente de cuál fruta salía cuál color, mezclando los puestos de jitomate con
los de limones. Caminaba sin detenerse hasta llegar donde una mujer inmensa, con cien años en la cara, iba moldeando unas gordas azules. Del comal recogía Leonorcita su gorda de requesón, le ponía con cautela un poco de salsa roja y la mordía despacio mientras hacía las compras.
Los nísperos son unas frutas pequeñas, de cáscara como terciopelo, intensamente amarilla. Unos agrios y otros dulces. Crecen revueltos en las mismas ramas de un árbol de hojas largas y oscuras. Muchas tardes, cuando era niña con trenzas y piernas de gato, la tía Leonor trepó al níspero de casa de sus abuelos. Ahí
se sentaba a comer de prisa. Tres agrios, un dulce, siete agrios, dos dulces, hasta que la búsqueda y la mezcla de sabores eran un juego delicioso. Estaba prohibido que las niñas subieran al árbol, pero Sergio, su primo, era un niño de ojos precoces, labios delgados y voz decidida que la inducía a inauditas y secretas aventuras. Subir al árbol era una de las fáciles.
Vio los nísperos en el mercado, y los encontró extraños, lejos del árbol pero sin dejarlo del todo, porque los nísperos se cortan con las ramas más delgadas todavía llenas de hojas. Volvió a la casa con ellos, se los enseñó a sus hijos y los sentó a comer, mientras ella contaba cómo eran fuertes las piernas de su abuelo y respingada la nariz de su abuela. Al poco rato, tenía en la boca un montón de huesos lúbricos y cáscaras aterciopeladas. Entonces, de golpe, le volvieron los diez años, las manos ávidas, el olvidado deseo de Sergio subido en el árbol, guiñándole un ojo.
Sólo hasta ese momento se dió cuenta de que algo le habían arrancado el día que le dijeron que los primos no pueden casarse entre sí, porque los castiga Dios con hijos que parecen borrachos. Ya no había podido volver a los días de antes.
Las tardes de su felicidad estuvieron amortiguadas en adelante por esa nostalgia repentina, inconfesable.
Nadie se hubiera atrevido a pedir más: sumar a la redonda tranquilidad que le daban sus hijos echando barcos de papel bajo la lluvia, al cariño sin reticencias de su marido generoso y trabajador, la certidumbre en todo el cuerpo de que el primo que hacía temblar su perfecto ombligo no estaba prohibido, y ella se lo
merecía por todas las razones y desde siempre. Nadie más que la desaforada tía Leonor.
Una tarde lo encontró caminando por la de 5 de Mayo. Ella salía de la iglesia de Santo Domingo con un niño en cada mano. Los había llevado a ofrecer flores como todas las tardes de ese mes: la niña con un vestido largo de encajes y organdí blanco, coronita de paja y enorme velo alborotado. Como una novia de cinco años. El niño, con un disfraz de acólito que avergonzaba sus siete años.
- Si no hubieras salido corriendo aquel sábado en casa de los abuelos este par sería mío - dijo Sergio dándole un beso.
- Vivo con ese arrepentimiento - contestó la tía Leonor.
No esperaba esa respuesta uno de los solteros más codiciados de la ciudad. A los veintisiete años, recién llegado de España, donde se decía que aprendió las mejores técnicas para el cultivo de aceitunas, el primo Sergio era heredero de un rancho en Veracruz, otro en San Martín y, otro más cerca de Atzálan.
La tía Leonor notó el desconcierto en sus ojos, en la lengua con que se mojó un labio, y luego lo escuchó responder:
- Todo fuera como subirse otra vez al árbol.
La casa de la abuela quedaba en la 11 Sur, era enorme y llena de recovecos. Tenía un sótano con cinco puertas en que el abuelo pasó horas haciendo experimentos que a veces le tiznaban la cara y lo hacían olvidarse por un rato de los cuartos de abajo y llenarse de amigos con los que jugar billar en el salón
construido en la azotea.
La casa de la abuela tenía un desayunador que daba al jardín y al fresno, una cancha para jugar frontón que ellos ussaron siempre para andar en patines, una sala color de rosa con un piano de cola y una exhausta marina nocturna, una recámara para el abuelo y otra para la abuela, y en los cuartos que fueron de los hijos varias salas de estar que iban llamándose como el color de sus paredes. La abuela, memoriosa y paralítica, se acomodó a pintar en el cuarto azul. Ahí la encontraron haciendo rayitas con un lápiz en los sobres de viejas invitaciones de boda que siempre le gustó guardar. Les ofreció un vino dulce, luego un queso fresco y
después unos chocolates rancios. Todo estaba igual en casa de la abuela. Lo único raro lo notó la viejita después de un rato:
- A ustedes dos, hace años que no los veía juntos.
- Desde que me dijiste que si los primos se casan tienen h¡jos idiotas - contestó la tía Leonor.
La abuela sonrió, empinada sobre el papel en el que delineaba una flor interminable, pétalos y pétalos encimados sin tregua.
- Desde que por poco y te matas al bajar del níspero -dijo Sergio.
- Ustedes eran buenos para cortar nísperos, ahora no encuentro quién.
-Nosotros seguimos siendo buenos -dijo la tía Leonor, inclinando su perfecta cintura.
Salieron del cuarto azul a punto de quitarse la ropa, bajaron al jardín como si los jalara un hechizo y volvieron tres horas después con la paz en el cuerpo y tres ramas de nísperos.
-Hemos perdido práctica -dijo la tía Leonor.
-Recupérenla, recupérenla, porque hay menos tiempo que vida -contestó la abuela con los huesos de níspero llenándole la boca.

ANGELES MASTRETTA... y el deseo de que "viajemos" con sus textos.

en el siguiente video, Ángeles Mastretta nos cuenta un poquito acerca de su proceso de escritura: http://www.youtube.com/watch?v=TFHy3rA6rwQ