lunes, 6 de enero de 2014

JUAN MANUEL AGUIRRE: CRÓNICA DE UN VIAJE A CUBA (I)

CRONICA DE UN VIAJE A CUBA (basada en hechos reales).
Por Juan Manuel Aguirre.

Entre el 27 de diciembre de 2010 y el 03 de febrero de 2011, Laura y yo tuvimos la suerte de viajar y recorrer la isla de Cuba. Claro que no fue sólo cumplir con un registro fotográfico, menos encerrarnos en un “all inclusive” de alguna playa paradisíaca; fue más bien un intento de disfrutar conociendo, indagando en cuestiones socio-históricas, en un país que fue escenario de una revolución hace unos 50 años, algo que desde un principio despierta interés entre muchos amigos y personas cercanas en mi Buenos Aires de origen.
Con este relato intento compartir algunas experiencias y reflexiones, precisamente, con aquellos a quienes les interesa una interpretación de una visita a esa tierra que es admirada y que a la vez representa cierta incertidumbre. Una mirada absolutamente subjetiva, en unas coordenadas de tiempo y espacio precisas, sin pretensiones de rigurosidad intelectual sino más bien como un relato literario de viaje. Es en esta clave, en clave literaria, que van descripciones, anécdotas y reflexiones esperando generar nuevos intercambios, idas y vueltas.

Capitulo 1: LLEGADA Y MARIANAO.

El entusiasmo me desborda, me saca imaginariamente del avión y me hace flotar en las nubes con la mirada fija en un mar turquesa donde adivino algunos cayos y la costa de la isla. Todo es expectativa y emoción a minutos de tocar tierra, esa tierra en la que se produjo una revolución que derrocó a un dictador, esa tierra de un pueblo alegre a pesar de la pobreza, una tierra que se caracteriza por los altos índices de salud y educación logrados después de siglos de historia de explotación e injusticia, una tierra emblema de lucha; una tierra asociada pintorescamente con el habano, el mohito, el azúcar, las camisas de colores, las guitarras y el son. Así llego a Cuba, con alegría y curiosidad.
 Apenas unos minutos después del aterrizaje siento en el cuerpo dos grandes sorpresas, una negativa y una positiva. La negativa es que hace frío, algo ajeno a la imagen que traía (mi imaginación sería algo que la misma Cuba se encargaría luego de cuestionar varias veces, esas imágenes que uno pre-construye, contrastándolas con la vivencia real). La sorpresa buena es el abrazo con mi amigo Joel entre una maraña de gente que habla y se mueve, me reencuentro con su rostro desgastado y luminoso, como un buen augurio. A partir de allí, él nos abre la puerta de su patria y nos invita a pasar, transmitiéndonos confianza e informaciones básicas, reavivando el afecto entre tragos de cerveza, respirando nuestros aires primeros en el corazón de Marianao.
Marianao es el barrio periférico de La Habana que nos recibe y aloja en esta travesía. Se trata de un barrio “popular”, diferente a un barrio turístico o residencial, atravesado por un par de avenidas importantes, con edificios bajos, algunos hospitales  y una luz muy pero muy tenue por las noches. Marianao es un barrio de gente sencilla, de pibes que juegan al béisbol en la calle usando una rama de árbol como bate; de puestos callejeros de comidas, principalmente pizzas individuales y cajitas de arroz con carne de cerdo salteada. Marianao es barrio de “santería”, o sea de gente que profesa la religión afro-cubana y anda vestida de blanco, cuentan que sacrificando gallos de vez en cuando al ritmo de tambores. Marianao es barrio de almendrones (autos de los ’50) y del cabaret Tropicana, que ofrece un espectáculo musical en paquetes para turistas. Es uno de esos barrios en que la vida se brinda así, a cara lavada, con la piel curtida, con una queja oída al pasar y una mano extendida, con olores rancios, con fachadas y veredas gastadas, con rincones como pozos negros y, paralelamente, la siempre posible luz de una sonrisa.

Capítulo 2: LA HABANA CENTRO Y EL MALECÓN.

Como otras grandes ciudades de América Latina, La Habana se extiende sobre el territorio como un tejido de barrios unidos por calles y avenidas, cargadas de movimiento y miles de detalles, de contrastes, de vida.
En Habana Centro desembocan las guaguas (los ómnibus metropolitanos), los almendrones (enormes automóviles de la década de los 50’, que también transportan pasajeros), los coco-taxis (motocicletas con una cabina con forma de coco gigante para pasajeros) y las esforzadas bici-taxis. También hay taxis como los de cualquier otra ciudad y pueden verse algunos carros tirados por caballos así como ómnibus sin techo para que turistas den un paseo cara a cara con el aire de La Habana. Pero aun con esta enorme confluencia de vehículos, el centro se caracteriza por el constante movimiento de gente caminando, o simplemente compartiendo un rincón de plaza, vereda o esquina, jugando al dominó o esperando la guagua, conversando o intentando vender algo, discutiendo sobre beisbol o política. Habana Centro es como la puerta central de un hormiguero humano, rodeando de bullicio el imponente Capitolio (tan bien descripto por Alejo Carpentier en “El recurso del método”), que tiene hacia un lado una plaza y más allá la casa de Martí, la estación central de trenes y restos de muralla de la antigua Habana; y del otro lado del Capitolio está el imponente edificio del teatro Nacional, al que sigue un boulevard que pasa muy cerca de algunos museos importantes (como el de Arte Latinoamericano y el de la Revolución) y desemboca en un extremo del mismísimo Malecón.

Así es Centro Habana, todo movimiento, cargado de olores y ruidos, con una vieja fábrica de habanos y un arco que presenta la entrada al barrio chino, con algún mercado de frutas casi escondido, con calles peatonales, hoteles lujosos junto a edificios derruidos.

El Malecón es el paseo costero de La Habana. Desde donde nace hacia el este puede verse el fuerte que custodia la entrada a la bahía y la zona llamada Habana Vieja. Hacia el otro lado, al oeste,  el malecón divide al barrio llamado Vedado del Estrecho de La Florida, de esa porción de mar oscuro y agitado. A lo largo del Malecón, de varios kilómetros, La Habana mira al mar pero no tiene playa, lo respira pero no se funde en él, se deja abrazar por su sal y sus vientos húmedos (a veces agresivos, como si esto fuese inevitable viniendo del norte). Y el Malecón, en tanto espacio en que ciudad y mar se encuentran, es espacio de nostalgias y alegrías, de sonrisas y misterios, de esperanzas y tristezas, por lo tanto es comprensible que en el Malecón nazcan canciones e historias con mezclas de azules y grises, de brillos y marfiles; canciones e historias que los pájaros interpretan y de vez en cuando se reencarnan en la voz vibrante de alguna guitarra.

                                                            (CONTINUARÁ)

4 comentarios:

  1. Podria estar ante un Green que demorase en describir su personaje o ante un Hemingway que dejara de lado su desesperanza. Una riqueza total que me hace esperar con impaciencia la continuacion

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  2. Hola Juan. Felicitaciones, esta buena la redacción y uno que no conoce en cada palabra, en cada descripción la imaginación se deja fluir! ! Espero mas besos

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  3. Vale me había comentado de esto pero recién ahora lo veo.
    Me contagiaste las ganas de escribir, supongo que es cuestión de tiempo.

    Preciosos palabras, ahora sigo con el resto. Siento que me quedó un pedacito de corazón en Cuba y late en las cosas que estoy leyendo!

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