viernes, 31 de enero de 2014

CLEMENTINA DESIMONE: A LA VISTA

A la vista

A la vista
tenés todos los colores de mi interés.
¿Alguna vez te confesaron que el rocío
se perfuma de vos a la tarde?
Tu piel es tan suave
como el sueño que te cierra los ojos.
El azul más profundo, casualmente
se asemeja bastante al sabor de tus labios.
Y si no me equivoco somos igual que una poesía
de Girondo a las tres de la mañana.
Al menos eso me pareció
la última vez que te amé.

lunes, 20 de enero de 2014

MALENA VETRANO: INVISIBLE

Invisible

Hoy me despierto con vos y entonces me vuelvo invisible.
En cuanto mi mirada se cruza con la tuya empiezo a desaparecer,
mi cuerpo comienza a desdibujarse
como si tuvieses una goma en tu experta mano derecha
y me borrases lenta y definitivamente
primero los ojos,
la nariz,
la boca,
las orejas.
Hacés un trabajo fino con cada parte de mí
te encargás de desaparecer mi voz, mis melodías
desaparecés el ritmo de mi respiración, de mis pensamientos
desaparecés lo más hondo de mis sentimientos, de mis convicciones.
Me dejás vacía, ahogada con tanta incomprensión,
tanta distancia sin saber disimular.
Hoy me despierto con vos
y estoy tan poco yo

que desaparezco antes del intento de decirte buen día.

martes, 14 de enero de 2014

JUAN MANUEL AGUIRRE: CRONICA DE UN VIAJE A CUBA (II)

Capítulo 3: EL VEDADO Y HABANA VIEJA.

Hacia el oeste de Habana Centro, el barrio llamado El Vedado también es inquieto, pero más descomprimido y en el que se pueden encontrar calles más tranquilas. Tiene sus grandes avenidas, plazas, hoteles  y monumentos. El movimiento cultural e intelectual habanero parece sentirse más a gusto en los alrededores del hermoso edificio de la Universidad, en teatros y cines, en veredas y restoranes que se desparraman entre el Malecón (al norte) y la Plaza de la Revolución (al sur).
Más allá, siguiendo la línea de la costa hacia el oeste, están los barrios de Playa y Miramar, donde los sectores populares siguen a una zona residencial de embajadas y hoteles cinco estrellas, donde la 5ta. Avenida expone a veces, en alguna esquina, la mirada poderosamente insinuante y a la vez resignada de alguna mujer que sueña quizá con llegar a un mundo mejor a través de su cuerpo (hay quienes dicen que algunas “jineteras” tienen la esperanza de “enamorar” a algún extranjero para que eso se convierta en la posibilidad de salir de la isla).

Del otro lado de Habana Centro, hacia el este, entre el Capitolio y la Bahía de La Habana, se extiende la llamada Habana Vieja, un conjunto de manzanas que resumen las diferencias entre ruina y restauración. Los órganos vitales del cuerpo viejo de La Habana son cuatro plazas, interconectadas por arterias de lo más pintorescas. Escenarios que parecen de película, con un marco dibujado por la pluma europea en tiempos de colonia, como por ejemplo la impresionante fachada de la catedral de San Cristóbal.
Calles como Obispo y Mercaderes son dignas de vivencias mágicamente reales, y en cualquier rincón uno puede encontrarse con detalles sorprendentes. Vale la pena tener alerta los cincos sentidos y la emoción a flor de piel andando bajo balcones desbordados de ropas colgadas secándose al viento, esquivando escombros, degustando mohito.

En Habana Vieja recibimos el año nuevo, cenando a la luz de unas velas en la plazoleta Simón Bolívar, contigua al museo Guayasamín, al lado de una fuente rodeada de plantas, escuchando boleros. Cuando llegaron las doce se oyeron unos cañonazos de salva desde el fuerte que custodia la bahía y brindamos por los buenos deseos con todos los que andaban por ahí, entrañables desconocidos.
Después del brindis el mozo nos advirtió “si no quieren mojarse quédense un rato aquí”, y nos miramos sin entender. Enseguida se oyó el primer grito de “aaaguaaa” y un baldazo se desparramó en el empedrado. Así nos enteramos que en La Habana Vieja no se usa pirotecnia, pero caen los baldazos de agua en cualquier momento, desde cualquier balcón o ventana, empapando distraídos y abrillantando las calles por donde todos andan a las carcajadas buscando tragos bajo el aura de los faroles.

En algún momento de esas andanzas vi a alguien asomarse por una ventana y quise mirar todo lo que pasaba desde sus ojos. Más de una vez tuve la sensación de que la vida en La Habana se deja contemplar más irreverente y vanidosa, más desfachatada y gustosa, desde cualquier balcón enclenque o al asomarse uno, con curiosidad de niño, por una ventana oxidada.

Capítulo 4: CAMINO A CIENFUEGOS.

Nos levantamos muy temprano y tomamos unas guaguas para llegar a la estación de ómnibus. La idea era conseguir pasajes para viajar a la ciudad de Cienfuegos. El día a penas se anunciaba y la ciudad no mostraba intenciones de desperezarse.
Cuando por fin abrió la oficina de ómnibus para turistas, ya que (casi) no es posible que los turistas viajen en servicios de transporte para residentes, nos informaron que ya no quedaban pasajes para ese día, que estaban todos vendidos de antemano, que la única alternativa era esperar que algunos pasajeros con boleto no se presentaran a la hora de salida (cerca del mediodía) para poder ocupar sus lugares.
Nos sentamos un rato en un pasillo para definir si esperábamos esa posibilidad o cambiábamos de itinerario, librados a las circunstancias, cuando alguien se nos acercó y nos preguntó a dónde queríamos viajar. Segundos después, esa misma persona nos ofreció viajar a Cienfuegos por el mismo precio del viaje en ómnibus pero en taxi con aire acondicionado (algo absolutamente innecesario esa mañana fresca) y sin tener que esperar unas horas para la partida incierta.
Meditación de por medio, en un contrapunto entre nuestra responsabilidad desconfiada y nuestro espíritu aventurero, aceptamos la propuesta. Minutos más tarde cargamos las mochilas velozmente en el baúl de un auto bastante moderno y nos entregamos al deambular prudentemente silencioso del taxista por una zona de la ciudad ajena para nosotros, todavía a oscuras.
Más allá de algunos temores nuestros, parecía que la primera salida a la ruta rumbo al interior de la isla iba a ser tranquila, cómoda y silenciosa, adivinando el paisaje y sus detalles en pleno amanecer, como en un sueño en el que todo termina saliendo más fácil de lo esperable. Pero no. A pocos minutos de salir el taxista anuncia que va a subir más pasajeros, “para que el viaje me rinda”; estaciona un instante en una esquina suburbana y desaparece dejando un espeso silencio… y justo cuando fermentaba en nosotros la idea de una emboscada delictiva, reaparece con dos señoras y una niña cargadas de bolsas. Nos amuchamos los seis dentro del rodado reacomodando pertenencias como en un tetris y, ahí sí, salimos a la conquista del camino.
A la apretujada travesía de unas horas hay que sumar el aire acondicionado prometido, aun insistiendo que no era necesario, y la música a un volumen considerable como si fuese todo un merecido agasajo: Marco Antonio Solís, Leo Dan, Amanda Miguel, Tormenta, etc., etc., etc. La charla no llegó a ser muy profunda, pero sí muy informal y divertida (aunque mi compañera optó por dormir -o fingir que dormía- perdiéndose la fiesta).

Además de lo que pasaba dentro del auto, sólo recuerdo algunas imágenes del recorrido: campos de caña de azúcar bajo un tibio sol ascendente disolviendo la niebla.

lunes, 6 de enero de 2014

JUAN MANUEL AGUIRRE: CRÓNICA DE UN VIAJE A CUBA (I)

CRONICA DE UN VIAJE A CUBA (basada en hechos reales).
Por Juan Manuel Aguirre.

Entre el 27 de diciembre de 2010 y el 03 de febrero de 2011, Laura y yo tuvimos la suerte de viajar y recorrer la isla de Cuba. Claro que no fue sólo cumplir con un registro fotográfico, menos encerrarnos en un “all inclusive” de alguna playa paradisíaca; fue más bien un intento de disfrutar conociendo, indagando en cuestiones socio-históricas, en un país que fue escenario de una revolución hace unos 50 años, algo que desde un principio despierta interés entre muchos amigos y personas cercanas en mi Buenos Aires de origen.
Con este relato intento compartir algunas experiencias y reflexiones, precisamente, con aquellos a quienes les interesa una interpretación de una visita a esa tierra que es admirada y que a la vez representa cierta incertidumbre. Una mirada absolutamente subjetiva, en unas coordenadas de tiempo y espacio precisas, sin pretensiones de rigurosidad intelectual sino más bien como un relato literario de viaje. Es en esta clave, en clave literaria, que van descripciones, anécdotas y reflexiones esperando generar nuevos intercambios, idas y vueltas.

Capitulo 1: LLEGADA Y MARIANAO.

El entusiasmo me desborda, me saca imaginariamente del avión y me hace flotar en las nubes con la mirada fija en un mar turquesa donde adivino algunos cayos y la costa de la isla. Todo es expectativa y emoción a minutos de tocar tierra, esa tierra en la que se produjo una revolución que derrocó a un dictador, esa tierra de un pueblo alegre a pesar de la pobreza, una tierra que se caracteriza por los altos índices de salud y educación logrados después de siglos de historia de explotación e injusticia, una tierra emblema de lucha; una tierra asociada pintorescamente con el habano, el mohito, el azúcar, las camisas de colores, las guitarras y el son. Así llego a Cuba, con alegría y curiosidad.
 Apenas unos minutos después del aterrizaje siento en el cuerpo dos grandes sorpresas, una negativa y una positiva. La negativa es que hace frío, algo ajeno a la imagen que traía (mi imaginación sería algo que la misma Cuba se encargaría luego de cuestionar varias veces, esas imágenes que uno pre-construye, contrastándolas con la vivencia real). La sorpresa buena es el abrazo con mi amigo Joel entre una maraña de gente que habla y se mueve, me reencuentro con su rostro desgastado y luminoso, como un buen augurio. A partir de allí, él nos abre la puerta de su patria y nos invita a pasar, transmitiéndonos confianza e informaciones básicas, reavivando el afecto entre tragos de cerveza, respirando nuestros aires primeros en el corazón de Marianao.
Marianao es el barrio periférico de La Habana que nos recibe y aloja en esta travesía. Se trata de un barrio “popular”, diferente a un barrio turístico o residencial, atravesado por un par de avenidas importantes, con edificios bajos, algunos hospitales  y una luz muy pero muy tenue por las noches. Marianao es un barrio de gente sencilla, de pibes que juegan al béisbol en la calle usando una rama de árbol como bate; de puestos callejeros de comidas, principalmente pizzas individuales y cajitas de arroz con carne de cerdo salteada. Marianao es barrio de “santería”, o sea de gente que profesa la religión afro-cubana y anda vestida de blanco, cuentan que sacrificando gallos de vez en cuando al ritmo de tambores. Marianao es barrio de almendrones (autos de los ’50) y del cabaret Tropicana, que ofrece un espectáculo musical en paquetes para turistas. Es uno de esos barrios en que la vida se brinda así, a cara lavada, con la piel curtida, con una queja oída al pasar y una mano extendida, con olores rancios, con fachadas y veredas gastadas, con rincones como pozos negros y, paralelamente, la siempre posible luz de una sonrisa.

Capítulo 2: LA HABANA CENTRO Y EL MALECÓN.

Como otras grandes ciudades de América Latina, La Habana se extiende sobre el territorio como un tejido de barrios unidos por calles y avenidas, cargadas de movimiento y miles de detalles, de contrastes, de vida.
En Habana Centro desembocan las guaguas (los ómnibus metropolitanos), los almendrones (enormes automóviles de la década de los 50’, que también transportan pasajeros), los coco-taxis (motocicletas con una cabina con forma de coco gigante para pasajeros) y las esforzadas bici-taxis. También hay taxis como los de cualquier otra ciudad y pueden verse algunos carros tirados por caballos así como ómnibus sin techo para que turistas den un paseo cara a cara con el aire de La Habana. Pero aun con esta enorme confluencia de vehículos, el centro se caracteriza por el constante movimiento de gente caminando, o simplemente compartiendo un rincón de plaza, vereda o esquina, jugando al dominó o esperando la guagua, conversando o intentando vender algo, discutiendo sobre beisbol o política. Habana Centro es como la puerta central de un hormiguero humano, rodeando de bullicio el imponente Capitolio (tan bien descripto por Alejo Carpentier en “El recurso del método”), que tiene hacia un lado una plaza y más allá la casa de Martí, la estación central de trenes y restos de muralla de la antigua Habana; y del otro lado del Capitolio está el imponente edificio del teatro Nacional, al que sigue un boulevard que pasa muy cerca de algunos museos importantes (como el de Arte Latinoamericano y el de la Revolución) y desemboca en un extremo del mismísimo Malecón.

Así es Centro Habana, todo movimiento, cargado de olores y ruidos, con una vieja fábrica de habanos y un arco que presenta la entrada al barrio chino, con algún mercado de frutas casi escondido, con calles peatonales, hoteles lujosos junto a edificios derruidos.

El Malecón es el paseo costero de La Habana. Desde donde nace hacia el este puede verse el fuerte que custodia la entrada a la bahía y la zona llamada Habana Vieja. Hacia el otro lado, al oeste,  el malecón divide al barrio llamado Vedado del Estrecho de La Florida, de esa porción de mar oscuro y agitado. A lo largo del Malecón, de varios kilómetros, La Habana mira al mar pero no tiene playa, lo respira pero no se funde en él, se deja abrazar por su sal y sus vientos húmedos (a veces agresivos, como si esto fuese inevitable viniendo del norte). Y el Malecón, en tanto espacio en que ciudad y mar se encuentran, es espacio de nostalgias y alegrías, de sonrisas y misterios, de esperanzas y tristezas, por lo tanto es comprensible que en el Malecón nazcan canciones e historias con mezclas de azules y grises, de brillos y marfiles; canciones e historias que los pájaros interpretan y de vez en cuando se reencarnan en la voz vibrante de alguna guitarra.

                                                            (CONTINUARÁ)