Los historiadores no tienen la menor idea de qué fue lo que
pudrió la relación entre los españoles al mando de Pedro de Mendoza y los
querandíes, pero un buen día los indios dejaron de volver con pieles y comida. Las
versiones más revisionistas, aseguran que los indios se cansaron del maltrato y
la soberbia de los conquistadores; otras miradas, más mercantilistas, sostienen
que los indios no se conformaban con los espejitos y en realidad se mostraban
más interesados por las armas de fuego que les permitirían combatir a los “tigres”.
Los españoles, que estaban cansados y hambrientos, pero que no compraban
espejitos tampoco, supieron que esas armas que los indios querían, tarde o
temprano, se usarían en su contra. No hubo trato.
El problema es que los “tigres” también tenían hambre y muy
poca educación: se abalanzaban sobre el primer ser humano que divisaran y, en
especial, sobre los caballos que montaban, los que no sabían muy bien qué hacer
frente a esas bestias a las que no estaban habituados. De manera que se
estableció un cerco perimetrando una parcela de lo que hoy es Buenos Aires,
gracias al cual los españoles estarían a salvo de los “tigres” (hasta cierto
punto, porque a veces las bestias saltaban el cerco) y de los indios, que ya
habían dado indicio de su mal carácter despedazando a la expedición que fue a “preguntarles”
el porqué de su súbita indiferencia. Esos malos modales indígenas causarían el
enojo de Pedro de Mendoza que se decidió por hacer tronar el escarmiento.
El hambre se convirtió en un problema tal que hubo que tomar
medidas drásticas, como castigar con la muerte a aquel que se comiese a los
caballos. Agarraron a tres con la boca llena y los colgaron; al día siguiente,
aparecieron sin piernas, las que sirvieron para alimentar a los más
desesperados. La Maldonado, una de las pocas mujeres de la expedición,
comprendió que se había llegado a un límite y desafió las órdenes, traspasando
el cerco en búsqueda de comida. Los hechos son imprecisos y han sido deformados
por el transcurso del tiempo y las múltiples narraciones.
Al límite de sus fuerzas, extenuada y hambrienta, la
Maldonado se metió en una cueva a descansar. Aparentemente, se durmió y la
despertó el ruido de un ejemplar de puma hembra, que le dejó al lado un pedazo
de carne con el que la Maldonado recuperó fuerzas.
fragmento de "Pappo. el hombre suburbano". planeta. bs. as. 2011
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