lunes, 17 de agosto de 2015

SERGIO MARCHI: DE LOS ORÍGENES DE BS. AS. Y EL MALDONADO (I)

Decir que en Buenos Aires se corría la coneja, sería algo inexacto, ya que en 1536 no había conejos en la pampa, que en verdad estaba repleta de indios y de tigres. También sería equívoco llamar tigres a los jaguares y, sobre todo, pumas, verdaderos señores de estas tierras. Ellos, y los indios que la historia bautizó como querandíes. Pedro de Mendoza, ilusionado con encontrar una nueva fuente de riquezas en los parajes del Mar Dulce –nuestro Río de la Plata-, se sintió estafado por su propia ilusión: la pampa era chata e inerte y los indios eran malos. No eran como las más amistosas tribus del Caribe, que se contentaban con espejitos y piedras relucientes, que tenían una buena predisposición para los que venían a “conquistarlos” y procuraban que no les faltase de comer.

Los historiadores no tienen la menor idea de qué fue lo que pudrió la relación entre los españoles al mando de Pedro de Mendoza y los querandíes, pero un buen día los indios dejaron de volver con pieles y comida. Las versiones más revisionistas, aseguran que los indios se cansaron del maltrato y la soberbia de los conquistadores; otras miradas, más mercantilistas, sostienen que los indios no se conformaban con los espejitos y en realidad se mostraban más interesados por las armas de fuego que les permitirían combatir a los “tigres”. Los españoles, que estaban cansados y hambrientos, pero que no compraban espejitos tampoco, supieron que esas armas que los indios querían, tarde o temprano, se usarían en su contra. No hubo trato.

El problema es que los “tigres” también tenían hambre y muy poca educación: se abalanzaban sobre el primer ser humano que divisaran y, en especial, sobre los caballos que montaban, los que no sabían muy bien qué hacer frente a esas bestias a las que no estaban habituados. De manera que se estableció un cerco perimetrando una parcela de lo que hoy es Buenos Aires, gracias al cual los españoles estarían a salvo de los “tigres” (hasta cierto punto, porque a veces las bestias saltaban el cerco) y de los indios, que ya habían dado indicio de su mal carácter despedazando a la expedición que fue a “preguntarles” el porqué de su súbita indiferencia. Esos malos modales indígenas causarían el enojo de Pedro de Mendoza que se decidió por hacer tronar el escarmiento.

El hambre se convirtió en un problema tal que hubo que tomar medidas drásticas, como castigar con la muerte a aquel que se comiese a los caballos. Agarraron a tres con la boca llena y los colgaron; al día siguiente, aparecieron sin piernas, las que sirvieron para alimentar a los más desesperados. La Maldonado, una de las pocas mujeres de la expedición, comprendió que se había llegado a un límite y desafió las órdenes, traspasando el cerco en búsqueda de comida. Los hechos son imprecisos y han sido deformados por el transcurso del tiempo y las múltiples narraciones.
Al límite de sus fuerzas, extenuada y hambrienta, la Maldonado se metió en una cueva a descansar. Aparentemente, se durmió y la despertó el ruido de un ejemplar de puma hembra, que le dejó al lado un pedazo de carne con el que la Maldonado recuperó fuerzas.

Estas le sirvieron para devolver el favor, ya que la puma emitió un sordo rugido y se dejó caer sobre un costado: estaba dando a luz. La Maldonado se quedó a su lado hablándole tiernamente, acariciándola y ayudándola con los dos cachorros, para que estos pudieran salir con rapidez de su vientre y encontraran sin demora el lugar en su teta… (CONTINUARÁ).

                                                                            fragmento de "Pappo. el hombre suburbano". planeta. bs. as. 2011

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