Habían transcurrido las primeras
horas del nuevo año, del nuevo siglo, del nuevo milenio; apenas unos días del
2000 de nuestra era. Por ahí se oían los ecos de profecías que hablaban del
último apocalipsis. Sobrevolaba el aire una humedad espesa de neoliberalismo y
crisis económica, política, social, cultural… en ese marco las luchas de
quienes se resistían al proclamado “fin de la historia” brillaban con
intensidad sobre un fondo de desesperanzas y resignaciones. Sí, en distintas
partes del mundo picaban como avispas las prácticas que confirmaban que no todo
era oscurantismo, que no todo estaba perdido, que lo único no era el “sálvese
quien pueda”, que más que nunca había que salir al mundo a encontrarse con
otros, a recrear culturas no dominantes, a reír a carcajadas, a vivir como si la
vida se tratara de algo vivo.
Sobre ese tapiz en movimiento, en
algunos rincones del conurbano bonaerense se gestaba una travesía irreverente,
un festejo trashumante, una gesta delirante con aires (o humos) de lucha
político-cultural contra-hegemónica… una decena de jóvenes se aprestaba para
emprender un viaje por tierra desde Buenos Aires con rumbo a Chiapas en un “lo
mejor preparado posible” Mercedes Benz 1114, antaño vehículo de transporte
público de pasajeros, ahora devenido furgón y/o casa rodante bautizado
“Carromato Culebrón”, suerte de escarabajo rojo de metal noble dispuesto a
surcar la irregular geografía latinoamericana uniendo espacios de resistencia al
capitalismo siempre salvaje.
Fue alrededor de un mediodía
dominado por la resolana del enero 00 que este puñado de quijotes desfachatados
encararon la ruta Panamericana con rumbo norte, montados en su rocinante con
ruedas, abiertos a lo que pudiera proponerles el contexto y cada una de sus
coyunturas, asumiendo cada pizca de protagonismo posible.
Apenas cruzando el río
Reconquista, uno de ellos, sentado en uno de los asientos del lado izquierdo,
anotó en su libreta de bolsillo:
Buenos Aires, 11/01/2000
El viento golpea suave y sin pausa en los parches
de mis oídos. Llevo el rostro descaradamente expuesto al aire de la ruta, pellizcándome
levemente el sol. Surco junto a otros esta suerte de olla-anfiteatro de vapores
mágicos llamado “Conurbano”, buscando la salida. Tenemos algún que otro bolso
lleno de incertidumbres debido al camino por andar, otro con expectativas que
avivan cosquillas y sonrisas, y un tercero con la voluntad de hacer de esta
travesía una aventura emocionante como propuesta de movimiento entre el
despertar luminoso de cada mañana y el volver a acurrucarnos en el vientre oscuro
de cada noche. Ahí vamos.
(Continuará)
(Continuará)
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