sábado, 10 de enero de 2015

JUAN MANUEL AGUIRRE: AHÍ VAMOS

Hace 15 años un grupo de personas iniciaba un viaje, una odisea, una road movie al estilo Trapero y Kusturica, un "culebrón" sobre ruedas, amparados tanto en nobles búsquedas e intenciones como en una "locura fecunda"... hoy, en algunas casillas, en algunos barrios, se discute si ese viaje terminó en algún momento o si simplemente fue mutando y, por lo tanto, sigue rodando. Compartimos una primera reseña de aquella epopeya:


Habían transcurrido las primeras horas del nuevo año, del nuevo siglo, del nuevo milenio; apenas unos días del 2000 de nuestra era. Por ahí se oían los ecos de profecías que hablaban del último apocalipsis. Sobrevolaba el aire una humedad espesa de neoliberalismo y crisis económica, política, social, cultural… en ese marco las luchas de quienes se resistían al proclamado “fin de la historia” brillaban con intensidad sobre un fondo de desesperanzas y resignaciones. Sí, en distintas partes del mundo picaban como avispas las prácticas que confirmaban que no todo era oscurantismo, que no todo estaba perdido, que lo único no era el “sálvese quien pueda”, que más que nunca había que salir al mundo a encontrarse con otros, a recrear culturas no dominantes, a reír a carcajadas, a vivir como si la vida se tratara de algo vivo.
Sobre ese tapiz en movimiento, en algunos rincones del conurbano bonaerense se gestaba una travesía irreverente, un festejo trashumante, una gesta delirante con aires (o humos) de lucha político-cultural contra-hegemónica… una decena de jóvenes se aprestaba para emprender un viaje por tierra desde Buenos Aires con rumbo a Chiapas en un “lo mejor preparado posible” Mercedes Benz 1114, antaño vehículo de transporte público de pasajeros, ahora devenido furgón y/o casa rodante bautizado “Carromato Culebrón”, suerte de escarabajo rojo de metal noble dispuesto a surcar la irregular geografía latinoamericana uniendo espacios de resistencia al capitalismo siempre salvaje.
Fue alrededor de un mediodía dominado por la resolana del enero 00 que este puñado de quijotes desfachatados encararon la ruta Panamericana con rumbo norte, montados en su rocinante con ruedas, abiertos a lo que pudiera proponerles el contexto y cada una de sus coyunturas, asumiendo cada pizca de protagonismo posible.
Apenas cruzando el río Reconquista, uno de ellos, sentado en uno de los asientos del lado izquierdo, anotó en su libreta de bolsillo:

Buenos Aires, 11/01/2000

El viento golpea suave y sin pausa en los parches de mis oídos. Llevo el rostro descaradamente expuesto al aire de la ruta, pellizcándome levemente el sol. Surco junto a otros esta suerte de olla-anfiteatro de vapores mágicos llamado “Conurbano”, buscando la salida. Tenemos algún que otro bolso lleno de incertidumbres debido al camino por andar, otro con expectativas que avivan cosquillas y sonrisas, y un tercero con la voluntad de hacer de esta travesía una aventura emocionante como propuesta de movimiento entre el despertar luminoso de cada mañana y el volver a acurrucarnos en el vientre oscuro de cada noche. Ahí vamos.
                                                                              (Continuará)