martes, 31 de marzo de 2015

JULIO CORTÁZAR: AMOR 77

Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

"Amor 77", de "Un tal Lucas". Julio Cortázar.

miércoles, 11 de marzo de 2015

OLGA OROZCO: LA NOCHE A LA DERIVA

Olga Orozco fue una poetisa argentina, nacida en la provincia de La Pampa el 17 de marzo del año 1920 y fallecida el 15 de agosto de 1999. Durante su infancia, viajó en repetidas ocasiones, y finalmente se estableció en Buenos Aires, donde cursó la carrera de Filosofía y Letras y obtuvo el título de docente. Aparte de su producción literaria, fue una conocida periodista y redactora, e incluso ocupó cargos directivos en varias revistas de interés cultural. Por otro lado, incursionó en el mundo radiofónico como comentarista de teatro, y en el actoral, trabajo que mantuvo durante casi una década.
Como escritora, perteneció a la generación denominada Tercera Vanguardia, y se inspiró profundamente en el legado de artistas tales como los simbolistas franceses Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire. Como dato curioso, Olga sentía un gran interés en la lectura de las cartas, y algunos de sus poemas, como "La cartomancia", lo ponen de manifiesto de una manera muy particular. Los reconocimientos que recibió durante los más de treinta años que se dedicó a la escritura demuestran que su nombre dejó una imborrable huella en su país y en el exterior. Publicó más de diez poemarios, entre los que se encuentran "Cantos a Berenice" y "La noche a la deriva".

EN EL FINAL ERA EL VERBO


Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines 
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás 
todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.